Durante los últimos diez años, Miguel Lahsen, con la constancia del Río Aqueronte, una y otra vez, ha descendido al Inframundo; y sus viajes aún no acaban. A diferencia de a Dante Alighieri, ninguna Beatriz lo convoca: se abisma en el país de los muertos por voluntad. Acude a la ciudad doliente porque puede, porque desea. Pero él mismo es su propia selva oscura: ahí vaga; ahí se conoce, se inquieta, vuelve a conocerse; ahí suda. Y, cuando visita a los condenados, lo hace para extraerles a las sombras las respuestas que el día oculta y la noche revela. A la manera del florentino, en un poema épico de esforzada extensión, escribe todo lo que, en los círculos infernales, alcanza a ver y oír. E, incluso en las tinieblas, a veces, a lo lejos, un repentino, solitario destello de luz, aunque ligero como el de una cerilla, oscila.