Es un adiós definitivo
Y es ya un muy largo adiós.
Tú, pequeño poeta extraviado entre veleros alados,
Partiste un buen día buscando tu cruz,
Buscaste los dientes de un rito distante
Y te demoraste detenidamente entre horas e instantes.
Sabes que es un adiós definitivo,
Sabes que tu madre que brilla en el fondo no volverá más
Sabes que has derramado un cantico de lágrimas
En un adiós constante y sostenido.
Has dicho adiós a los amores y a los juegos,
Has dicho adiós a los padres y los hermanos,
Aprendiste a desquitarte de las noches con deleites salvajes de tu pluma
Y caminaste caminos que solo para ti sabían levantarse los velos y hasta los cuerpos
Has alabado y denunciado con vehemencia.
Diste de comer a los perros y a los hombres que habían perdido el rumbo de sus caminos.
Acá te veo, pequeño poeta,
Incansable y enfermo
Veo tu espalda lastimada de tanto cargar el cielo y sus lluvias,
Arrojando piedras y botellas incendiarias en medio de la noche,
En el centro de las ciudades sitiadas por el odio repentino a la belleza,
Te veo revolviendo la misma belleza como un suceso de desprendida libertad
Acuchillando con los cuchillos de tu lengua y de tu alma
La pasajera calma dictada por los hombres del remordimiento.
Te convertiste en marcha multitudinariamente milenaria
Y no pudiste ser apresado en los callejones helados de cualquier ley.
Un día abriste los ojos en medio de tanta violencia
Y abriste las fuentes de una nueva forma de alzar la voz,
Una manera no oída antes,
Una figura de lo voz no percibida
En las palabras de todos los caminos.
Y así te fuiste, cual Ulises, al encuentro de nuevos pueblos y sus inteligencias,
Así te mantuviste erguido,
Leyendo los signos de los siglos
Escritos en líneas demasiado complejas
En las manos de una dama llena de historias y de héroes,
Perdiendo lentamente los hábitos corrientes de la razón
Y pecaste conscientemente,
Aprendiste a pecar,
Aprendiste a hacer de tu viaje
Un surco de pecados dibujados con plata y oro
En los ojos de la adivina reverencia,
Apretaste bien los colmillos
Y los hundiste en la carne de una divina ritmosidad
Los apretaste para hacerlos encallar
En un corazón figurado con todos los cielos,
Sintiéndolo como bomba perpleja
En tu pecho apuñalado tantas veces,
Por tus propias manos y las de mucha bellas noches
Que pasaste al amparo del amor.
Y es que ahí vas siempre,
En un alma o una calma de soles u olas embrujadas,
Y vas cayéndote de tus desesperos.
Vas animando junto a esos violentos y adoloridos festejos
Tu pecho cansado de tanto brillar.
Aprendiste a disfrutar de tu muerte cotidiana
Y sabes que vendrán muchas más.
Las naciones y los pueblos son como amantes
Que brillan somnolientos hasta que tú los has pisado,
Hasta que un beso certero de premoniciones
Se te ha caído de la garganta como canción
Y luego abres con tus manos el secreto en lejanas latitudes.
Abres un fuego en la noche entre botellas y amores
Abres un secreto hecho con el oculto pacer de tu cerebro,
Imantando las estaciones con tu pequeña mortal mirada,
Y haces de tus veloces correrías
Una joya diluviada a martillazos de la noche.
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¿Quién como tú ha visto los secretos de lo negro?
¿Quién como tú ha hecho de su mirada
La nerviosa profusión de los sueños?
¿Quién cómo tú ha visto la muchacha muerta del dios otoñal
Espaciada en el eco eterno de la historia y el hombre?
A sabiendas has torcido con tus manos lo recto,
A sabiendas has enderezado los ojos de la noche,
A sabiendas has hecho de nuevo con tus manos fulguradas
El beso perpetuo de la oscuridad y las horas del alba.
Y caías y caías,
Entre mujeres y naciones,
Entre muslos hechos para morder
Y los fríos ojos del invierno,
En una primera visión de lo entrañado
Y en el “porqué” profundo de la tristeza.
La viste marcharse a ella,
Esa costera razón del silencio,
Rumbo a la pequeña nada de las camas,
Rumbo al planeante vuelo de aves mancilladas,
Y te quedaste mirando en los siglos de tu gran vacío,
Te quedaste mirando para siempre en la distancia,
Como si se te cayeran los ojos en su negra soledad,
Como si sólo te quedara mirar el recuerdo de la esfera perdida.
Te quedaste escuchando el corazón de la indiferencia
Te quedaste escuchando por horas detenidas,
Quietas,
Perdidas,
Estancadas,
Entumecidas,
Estremecidas,
Enloquecidas.
El recuerdo del amor se te fue huyendo,
La lejanía se convirtió en tu pasión ensayada,
En tu juego preferido,
En la tumba silenciosa de tus cenizas
Que arrojaste al fuego y al viento.
Así, como tumba de cenizas angustiosas,
Fuiste viajando en lo obsceno de las calles,
Siempre solo,
Siempre escuchando desde lejos,
Siempre al amparo de tus exiliados colores,
Siempre meditando entre tus alas insignificantes,
La presencia de una ebriedad dolorosa.
Los nervios te fallan pequeño poeta,
Tu cuerpo te traiciona
El tono de la voz ya no te da,
Se te perdieron los ojos,
No sabes dónde los dejaste,
No sabes más a dónde rodaron
Las manos,
La voz
La conciencia,
El sentido,
Todo se te perdió,
Todo entero te quedaste al desamparo,
Todo entero te has extraviado,
Todo entero te has hecho nada.
Pero aprendiste a morir,
Y de nuevo te vi viajar entre líneas férreas,
De nuevo andabas con tu guitarra a la caza del amor,
Pequeño poeta que sabes que te mueres,
Pequeño poeta que te haces de la muerte,
Aprietas tus manos,
Te revientas la cabeza,
Pero sigue la calma desandada,
Sigue ella su exilio en sí misma,
Sigue ella,
¡ah! Sigue ella,
Pero ella sigue
Sigue,
Sigue,
Sigue.